Las mariposas de lo profundo de la tierra se despertaron con ellas mi sueño se acostó a dormir En la esquina unas flores moradas me saludaron cabellos que flotaban en el viento me acariciaron me obligaron a quedarme aquí, mi sueño se acostó a dormir.
¿Y si fuera yo?
Si miro hacia abajo puedo ver los dedos de mis pies, si intento separarlos de tal forma que queden como las patas de una rana pero se pegan el dedo índice al pulgar, sé que no estoy moviendo bien ese pequeño índice o pulgar ¿pero el alma? ¿qué determina que el alma no se mueve correctamente?
Se sabe cuando el cuerpo no se mueve bien pero ¿cuánto tiempo se puede sufrir de una parálisis silenciosa del alma? y ¿en qué momento el encuentro con otro cuerpo genera una parálisis álmica?
Se dice que el cuerpo es material e impenetrable, si se penetra se disloca, se desgarra y entonces se sientan juntos alma y cuerpo a sentir
muchas veces se vuelven agua.
Se dice también que el alma se escapa de la boca por palabras pero ¿qué pasa cuando el miedo obliga a callar? Se arruga el alma y se encierra sobre sí misma, a veces, se escapa cuando se le fuerza a salir y olvidar lo que el cuerpo adolece. Cuando el alma es separada a fuerza por el cuerpo queda ahí tendida, en un río, en un caño, en un potrero, en una cama.
¿Y si fuera yo quien el miedo obliga a callar? o ¿si fuera mi alma la que queda perdida en una calle o tendida sobre el pasto helado en la tierra mojada? o ¿si fuera mío el cuerpo que otros cuerpos buscan? ¿y si fuera yo?
Cuento corto
El cielo todavía no ha empezado a llover, canta a mil soles una lluvia silenciosa.
No le he dirigido la palabra en todo el día, me he empeñado en comunicarme a través de la telepatía ya que me han obligado a permanecer en silencio. Tuvimos el mismo sueño anoche, pero él no lo sabe, ambos nos levantamos sudorosos e inmóviles a la hora del infierno, así le digo a esa hora de la noche en la que la temperatura de mi cuerpo sube y tengo que sacar una pierna de las cobijas para volver a mi estado normal. Le digo hora del infierno porque de niña creía que esa era la hora en la que los demonios se paseaban por las las camas y eso explicaba el calor. La verdad es que duré toda mi vida entendiendo que esta sensación no significaba más que la incomodidad de tener a alguien adentro y no querer recordarlo al otro día.
Los restos de la hora del infierno llegan siempre en la madrugada, él ya se acostumbró a que esa es la hora en la que me desapego de su cuerpo, pues desde que nos acostamos el uno acurrucado dentro del otro, ninguno se mueve hasta que a mi se me colorean las mejillas. Ninguno de los dos hicimos ruido al despertarnos bañados en sudor, nos quedamos inmóviles, petrificados con los ojos clavados en el techo. Cuando el sol se asomó en el cielo hice mi mayor esfuerzo por levantarme, comencé moviendo los dedos de los pies, luego los dedos de las manos hasta que logré voltear a verlo a él que seguía tieso. Fue entonces cuando supe que ambos nos habíamos entregado al insomnio.
- ¿Qué soñó anoche? – Le pregunté
- Soñé que las ranas ya no volvían a cantar – Me contestó
- Qué raro
Solo yo guardo el secreto de que anoche compartimos sueño.
El tiempo no se ha detenido ni un segundo a pesar del vaho que brota del pasto y de la amenazante lluvia con la que el sol alumbra. De vez en vez le hablo en mi mente y me quedo mirándolo fijamente para saber si logro mi cometido, pero él ni se inmuta. Intenté encerrarme en el baño y dispararle gritos en forma de pensamientos para que fuera a buscarme, pero está sumido en una lectura de la cual no para de hablar desde hace varias semanas.
Abrí los ojos, no logró escucharme, intenté 15 métodos de telepatía diferente encerrada en el baño y me he quedado dormida por el arrullo de las baldosas blancas y el goteo del lavamanos. Miré a través de la ventanita del techo en la cual hay un corazón pintado, la luna está en la punta del tronco braquicefálico. Siempre he sabido que esa ventana fue pintada por otra mujer y me pregunto cuál de todas las partes del corazón me pertenecen a mi. Él siempre dice que el corazón está dividido en cuatro, uno para cada amante que ha tenido en esta vida, le atribuye a cada una un color diferente también y guarda sus recuerdos en cintas de colores dentro de un cajón. Según él soy una mezcla entre rosado y blanco pero me intento convencer de que soy un negro o un rojo oscuro. Me apresuré a volver al cuarto, he estado dentro del baño todo el día y él me espera para dormir con la luz apagada. La luna sigue en la punta del tronco braquiocefálico.
Este siempre ha sido mi momento favorito del día, el instante en el que lo oculto sale a correr por las calles, en el que el día se apaga, y los secretos tienen que ser mucho más cuidadosos para que nadie los escuche. Por eso en la oscuridad de la noche me gusta hablar bajito, silbar bajito, cantar bajito y pedir que me cuenten algo, lo que sea.
- ¿Te cuento algo? – me preguntó
- Sí
- Se me están empezando a olvidar las cosas, intenté aprenderme un cuento que te quería contar pero no logro recordar cómo empieza – dijo
- Inventa uno – le respondí
- Hice uno hace poco de cómo te conté lo incontable, lo hice sabiendo que no lo iba a poder decir y sabiendo también que me dirías que estaba bien. Pero cuando te conté lo incontable me miraste con lágrimas en los ojos, ambos supimos que no me podrías volver a ver igual.
Hemos permanecido en silencio un largo rato mientras intento contener la respiración para que él no se de cuenta de que estoy llorando, pero él ya lo sabe, sabe detectar mi llanto en el silencio de la oscuridad. La noche se ha quedado completamente quieta, el viento ha dejado de soplar y el olor de la habitación se ha vuelto cada vez más fuerte. En momentos así tengo que imaginar estrellas y galaxias, quiero volver allí, donde empieza y acaba la vida, donde el aire es imposible y el llanto también, donde no tengo que permanecer en silencio tragándome estos secretos, tragándome los restos de este mundo tan enfermo.
El cielo todavía no ha empezado a llover, canta a mil soles una lluvia silenciosa.
No le he dirigido la palabra en todo el día, me he empeñado en comunicarme a través de la telepatía ya que me han obligado a permanecer en silencio. Tuvimos el mismo sueño anoche, pero él no lo sabe, ambos nos levantamos sudorosos e inmóviles a la hora del infierno, así le digo a esa hora de la noche en la que la temperatura de mi cuerpo sube y tengo que sacar una pierna de las cobijas para volver a mi estado normal. Le digo hora del infierno porque de niña creía que esa era la hora en la que los demonios se paseaban por las las camas y eso explicaba el calor. La verdad es que duré toda mi vida entendiendo que esta sensación no significaba más que la incomodidad de tener a alguien adentro y no querer recordarlo al otro día.
Los restos de la hora del infierno llegan siempre en la madrugada, él ya se acostumbró a que esa es la hora en la que me desapego de su cuerpo, pues desde que nos acostamos el uno acurrucado dentro del otro, ninguno se mueve hasta que a mi se me colorean las mejillas. Ninguno de los dos hicimos ruido al despertarnos bañados en sudor, nos quedamos inmóviles, petrificados con los ojos clavados en el techo. Cuando el sol se asomó en el cielo hice mi mayor esfuerzo por levantarme, comencé moviendo los dedos de los pies, luego los dedos de las manos hasta que logré voltear a verlo a él que seguía tieso. Fue entonces cuando supe que ambos nos habíamos entregado al insomnio.
- ¿Qué soñó anoche? – Le pregunté
- Soñé que las ranas ya no volvían a cantar – Me contestó
- Qué raro
Solo yo guardo el secreto de que anoche compartimos sueño.
El tiempo no se ha detenido ni un segundo a pesar del vaho que brota del pasto y de la amenazante lluvia con la que el sol alumbra. De vez en vez le hablo en mi mente y me quedo mirándolo fijamente para saber si logro mi cometido, pero él ni se inmuta. Intenté encerrarme en el baño y dispararle gritos en forma de pensamientos para que fuera a buscarme, pero está sumido en una lectura de la cual no para de hablar desde hace varias semanas.
Abrí los ojos, no logró escucharme, intenté 15 métodos de telepatía diferente encerrada en el baño y me he quedado dormida por el arrullo de las baldosas blancas y el goteo del lavamanos. Miré a través de la ventanita del techo en la cual hay un corazón pintado, la luna está en la punta del tronco braquicefálico. Siempre he sabido que esa ventana fue pintada por otra mujer y me pregunto cuál de todas las partes del corazón me pertenecen a mi. Él siempre dice que el corazón está dividido en cuatro, uno para cada amante que ha tenido en esta vida, le atribuye a cada una un color diferente también y guarda sus recuerdos en cintas de colores dentro de un cajón. Según él soy una mezcla entre rosado y blanco pero me intento convencer de que soy un negro o un rojo oscuro. Me apresuré a volver al cuarto, he estado dentro del baño todo el día y él me espera para dormir con la luz apagada. La luna sigue en la punta del tronco braquiocefálico.
Este siempre ha sido mi momento favorito del día, el instante en el que lo oculto sale a correr por las calles, en el que el día se apaga, y los secretos tienen que ser mucho más cuidadosos para que nadie los escuche. Por eso en la oscuridad de la noche me gusta hablar bajito, silbar bajito, cantar bajito y pedir que me cuenten algo, lo que sea.
- ¿Te cuento algo? – me preguntó
- Sí
- Se me están empezando a olvidar las cosas, intenté aprenderme un cuento que te quería contar pero no logro recordar cómo empieza – dijo
- Inventa uno – le respondí
- Hice uno hace poco de cómo te conté lo incontable, lo hice sabiendo que no lo iba a poder decir y sabiendo también que me dirías que estaba bien. Pero cuando te conté lo incontable me miraste con lágrimas en los ojos, ambos supimos que no me podrías volver a ver igual.
Hemos permanecido en silencio un largo rato mientras intento contener la respiración para que él no se de cuenta de que estoy llorando, pero él ya lo sabe, sabe detectar mi llanto en el silencio de la oscuridad. La noche se ha quedado completamente quieta, el viento ha dejado de soplar y el olor de la habitación se ha vuelto cada vez más fuerte. En momentos así tengo que imaginar estrellas y galaxias, quiero volver allí, donde empieza y acaba la vida, donde el aire es imposible y el llanto también, donde no tengo que permanecer en silencio tragándome estos secretos, tragándome los restos de este mundo tan enfermo.
Carta para Manolo
Querido lector,
Existe un momento en la vida de cada ser humano, en el que no existe estímulo alguno que provenga del confuso exterior; que pueda llenar el vacío de la existencia. Siempre aparece ese instante en el que el mundo nos asquea, nos entorpece, nos pudre, nos lleva a los lugares más recónditos de nuestra mente, y una vez allí, en el interior de ese sitio entoldado, opaco, y gris, nos vemos obligados a buscar en nosotros mismos un lugar más limpio para vivir. En ese instante suelo preguntarme con frecuencia, si es que la alegría y la tristeza son estados de ánimo creados a partir de la sensación de tenerlo todo o de no tener absolutamente nada. Pero lo cierto es que el que se encuentra triste, así como el que se encuentra sumergido dentro de la felicidad, nunca logra realmente encontrar el por qué se siente de tal forma.
El pasar de los años me ha vuelto cada vez más instintiva, más maquinal, y es que cada vez que experimento alguna sensación potenciada nunca estoy segura de cómo categorizarla, de qué es eso que siento y cuál fue el punto en el que esa emoción y yo nos encontramos. Creo que esa es la razón real por la cual a veces escribo, porque lo necesito para poder ordenar al menos en un papel lo que en mi interior es una piscina llena de lodo. Así que, sí me pregunta si realmente estoy dispuesta a hablar y a escribir sobre mi misma, mi única respuesta es que si lo estoy. Y no solo por la vivacidad ególatra del sentimiento, sino porque en esa constante búsqueda de lo que siento, lo que digo, lo que pienso, me encuentro a mi misma, y me encuentro como realmente soy.
Sin claridad alguna del lugar al que quería llegar con esta pequeñísima carta, estoy dispuesta a aceptar su oferta.
BLOG: Mi primera vez en un Sex shop
El muerto al pozo y el vivo al gozo…
Las luces blancas, rosadas y naranja neón iluminaban los ojos de Ana mientras tomaba una sustancia fucsia casi roja entre los dedos para untársela en los labios. Como si fuese uno de esos brillos de droguería que nos echábamos de niñas antes de ir a las fiestas de reggaetón para conseguir un beso y una manoseada, ésta sustancia, al igual que el brillo, traía consigo un llamado a la provocación y la coquetería. Sólo podía ver en Ana las ansias por que esa cosa fucsia indefinida hiciera efecto, se la había mandado sin saber qué era, sin importar que dicha pomada rosada provenía de un completo extraño, que además parecía estar experimentando con nosotras como si fuésemos unas ratas de laboratorio.
El silencio y la intriga estaban llenando mi corazón, decidí pedir una prueba, y al cabo de unos minutos sentí como si mis labios estuviesen de paseo en un balneario. Estaban más calientes que nunca y un hormigueo acompañaba el agasajo. De repente una extraña corriente que subió desde mi estómago hasta mi cabeza me hizo temblar, pasaron unos dos minutos en los que estuvimos entre risas y silencio esperando, yo seguía temblando en el interior. De pronto comencé a sentir cómo se movían mis labios y mi lengua, era como si estuviese pronunciando innumerables palabras en Alemán, aunque tuviese mi boca completamente cerrada. Ana volvió a verme con los ojos más iluminados que nunca y una sonrisa de oreja a oreja, yo estaba igual. Fue ésa mirada de complicidad la que me hizo comprender, que lo que nos había llevado a dicha situación, había sido un impulso inconsciente por la búsqueda del placer.
Creo en las coincidencias así como pongo fe en la idea de la sincronía, y quiero creer que todos los eventos sucedidos anteriormente esa noche nos llevaron a adentrarnos en esa dimensión antes no conocida.
Nos encontrábamos frente a un Casino, pensando que tal vez si entrabamos descubriríamos que alguna de las dos podía ser una prodigiosa de la ruleta y que eventualmente seríamos millonarias, o que tal vez, conseguiríamos algún Sugar Daddy que nos llevara al SOMA en Noviembre. No obstante todos nuestros planes se derrumbaron. Al intentar entrar una de las bouncers descubrió que llevaba una botella de ron en el bolso y sin más remedio, terminamos en la calle.
En medio del desamparo, el ron, y la mezcla de los residuos sonoros de varios bares que nos servían de soundtrack, vimos las luces neón de una tienda chiquita en la otra acera. Ya nos habíamos planteado la posibilidad de entrar, pero yo seguía dudando, le dije a Ana que podíamos buscar otra cosa para hacer, pero ella en medio de un impulso, me pasó la botella de ron y me dijo que tomara un trago, que íbamos a entrar a esa tiendita. Y así fue como terminamos en un sex shop.
Las luces, eran blancas parecidas a las de un hospital, pero habían unos destellos naranja cálido y rosado que contrastaban con las paredes. Un hombre amanerado y de personalidad excéntrica nos atendió. Nos preguntó que si buscábamos algo en especial poco antes de que se diera cuenta de que era nuestra primera vez en una tienda erótica.
“No les creo que sea su primera vez en un sex shop, además tú tienes una cara de arrebatada que no puedes con ella… ¡morronga!”-me dijo entre risas, y yo sólo me mantuve callada mientras él prosiguió a darnos un tour. La sex shop se organizaba por secciones, primero nos introdujo la sección de juguetes sexuales, nos hizo muestras de todos los tipos de vibradores que pudo. Balas, doble estimuladores para el punto G y para el clítoris, e incluso simuladores de lengua que se podían usar simultáneamente con la penetración. Ana y yo nos mirábamos con risa nerviosa, y cada vez que probábamos algún producto seguíamos rápidamente al próximo y al próximo con entusiasmo mientras los cachetes de mi amiga se coloreaban cada vez más.
Nuestro asesor de ventas nos mostró todas las secciones, mientras nos hacía chistes diciendo que tenía un cuarto arriba en el que podíamos probar los productos. Nosotras entre incómodas y borrachas le seguíamos el juego mientras descubríamos las subdivisiones. En la sección de aceites, habían multiorgásmicos, lubricantes, aceites para sexo oral, feromónas y demás perfumes que prometían una vida sexual activa. La anal, incluía kits de iniciación y mangueras plásticas con peloticas que parecían juguetes de mascota. Los alargadores de penes y kits de cuero, junto con látigos, hacían parte de los fetiches. Por último la sección de disfraces, los típicos y clásicos disfraces, junto con lencería, corsés y tangas comestibles, entre otras cosas, para sentirnos bien sexys y putas.
Una vez acabado el tour nos despedimos de nuestro nuevo amigo, y salimos de la tienda sin saber exactamente qué había pasado en ese lugar que parecía un portal directo a “Pornhub”, y un llamado a la necedad dentro de ésta cultura puritana tan nuestra. Mientras sacábamos la botella de ron asegurándonos que no hubieran tombos, nos dimos cuenta de que realmente estábamos en un centro comercial de sólo sex shops e hicimos un gran escandalo al respecto, teníamos que entrar al resto de tiendas, y así fue.
Esta vez preguntamos por todo lo que nos llamaba la atención y por todo lo que queríamos saber, habíamos entrado con más confianza y determinación. En estas tiendas recibimos todo tipo de consejos, una gordita nos explico cómo realizar el ritual de iniciación para el sexo anal, “Con un lubricante usted se mete el juguetico unos cinco minuticos antes, y ahí le pierde el miedo”. Otra mujer, que parecía recién salida de un video de reggaetón, nos dijo: “si están pensando en irse de viaje, las pepas son lo mejor, te mantienen arrecha todo el paseo”. Y la última, una chica costeña, nos recomendó una serie de multiorgásmicos que prometían más de dos venidas en un round.
Estas tiendas a diferencia de la primera, eran mucho más atrevidas, no solo tenían maniquíes con disfraces bien llamativos, sino que, habían pepas para aumentar la libido, (algo así como el famoso arrechín), multiorgásmicos a base de cannabis, alargadores y sensibilizadores de senos, penes de plástico de un metro de largo que se movían como la cabeza de un perrito de taxi, forros para el pene con texturas que parecían una herramienta de tortura que utilizaría Jig Saw, quipitos para hacer sexo oral porque desde niños nos enseñan las mañas para el buen polvo, y guantes con texturas para hacer handjobs.
Al salir pensamos en la forma en la que veíamos los sex shops cuando éramos menores, cuando el bus del colegio pasaba por una tienda erótica y todos nos reíamos con picardía, porque era algo prohibido y asqueroso a la vez. Ahora estábamos allí, descubriendo nuevas partes de nuestro cuerpo y nuevas formas de potenciar, rendir, y sentir mucho más a la hora de follar.
Clara e inevitablemente terminamos hablando de sexo, de lo que nos gustaba, lo que no nos gustaba, lo que queríamos probar, y lo que nunca probaríamos. Nos habíamos redescubierto como mujeres, pues si bien, follar es algo que también se aprende a través de la exploración. Era nuestra revolución sexual, como mujeres nos habíamos empapado de la idea de que la vida está hecha para el placer, para el gozo, así que decidimos no parar hasta visitar el último sex shop del centro comercial…
En la medida en la que seguíamos entrando a tiendas, descubríamos que en todas, los productos eran los mismos, solo variaban las marcas y los colores, hasta que por coincidencia volvimos a encontrar a nuestro excéntrico amigo del primer sex shop.
Apenas nos vio se rió, una vez más me dijo que tenía cara de arrebatada y morronga, aunque lo tomé como un halago. Esta vez el hombre no nos explico nada, nosotras estábamos en total libertad, hasta que se nos acercó y le dio a probar a Ana una crema fucsia que se untaba en los labios, esperamos un rato mientras él hacía un par de bromas al respecto: “la duración es de 72 horas… o sea que vas a estar 72 horas arrecha“ dijo- “¡Qué chimba! Yo quiero” contesté yo- “Claro! Es que tu no te salvas, toma póntela en los labios” y fue así como la sensación de hormigueo, calor, y movilidad inició. Sentí como si estuviera en algún rave parisino en alguna catcumba, probando una droga nueva que salía al mercado, solo que ésta era una droga para mi vulva.
Ana volvió a verme con los ojos más iluminados que nunca y una sonrisa de oreja a oreja. Yo estaba igual, el vendedor estaba más que a la expectativa, Ana me propuso que compráramos algo, después de todo era menester recordar ese día. Le dije que compráramos unos chocolates en forma de pene, no quería gastar mi plata en un sex shop, y los productos que me interesaban estaban a años luz de mi presupuesto.
Además tuvimos una pequeña confrontación con respecto a los fuck budies, o, los también famosos amigos con los que uno culea por culear, ya que unos días atrás había tenido una mala racha con uno de la especie, y no quería saber nada al respecto, aunque tuviera la libido aumentada a un diez por cien gracias a los sex shops.
El vendedor al escuchar nuestro debate de niñas universitarias que no saben si les gusta alguien o no, nos incitó a comprar un multiorgásmico que nos dejaba a un precio muy barato. Era un frasquito verde con una etiqueta rosada que decía: “ahhh…”.
Ya nos estaba pasando el efecto de todos los anteriores aceites que habíamos probado, y sólo estábamos deambulando por la tienda en silencio, esperando a que alguna de las dos aterrizara la compra. Fue entonces cuando nuestro amigo vendedor nos dio la última prueba. Fue una sola gota que nos echó en el dedo para probar en la boca. Este aceite tenía un cosquilleo mucho más fuerte que todos los anteriores, se sentía más, era más caliente, y entonces, al imaginar lo que realmente se sentiría, decidí liberarme de cualquier limite mental que me detuviera a sentir placer, y acepté comprar el tarrito verde con Ana. Cada una pagó la mitad, y salimos de la tienda con cara de niño en navidad y una bolsa negra con dibujitos de besos y nuestro multiorgásmico adentro.
La noche siguió mientras dábamos saltos por la trece y pensábamos en cómo sería probar nuestra nueva adquisición, en cómo haber entrado a un sex shop había sido descubrir otro lado de la sexualidad, de lo que nunca nos cuentan nuestros papás. Llegamos a la conclusión de que es inevitable salir sin ganas de follar y sin coerción alguna de un sex shop. Fue por eso que, al finalizar nuestra faena de normalización de fetiches, de entender lo que es el placer por el placer, de pruebas estrambóticas de una gran variedad de cosas que conocíamos más nunca habíamos probado, decidí escribirle un mensaje de texto a uno de los famosos fuck budies proponiéndole que me ayudara a probar mi nueva adquisición, para así concretar mi verdadera revolución sexual.
Nadie escribe de alguien…
Alguien tiene a nadie
Alguien está solo
Alguien en este momento mira por su ventana y observa un abismo negro,
sale a la calle a ahogar sus penas en otra botella de alcohol,
en otro cigarro mojado y mal prendido.
Alguien extraña a nadie
Nadie extraña a alguien
Nadie está un poco vacía,
un poco triste,
sola.
Alguien deja caer su cuerpo sobre el pasto frío y mojado,
el pasto multicolor
¡qué hermoso es tener a nadie! Piensa
sin embargo…
alguien oculta algo
tras esas máscaras
unas desgarradoras ganas de matar la soledad.
Alguien tiene a nadie, pero nadie, nadie es…